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Reconocerse en el mundo.

El alma de las flores, Kaneko Misuzu.

Poemario.

Satori, Poética.



Foto de la portada de esta bella edición tomada por mí.

«El nombre de las plantas


No conozco el nombre de las plantas

que otras personas saben.


Pero sé muchos nombres de plantas

que no conoce nadie más.


Yo las bauticé:

Nombres que me gustan para plantas que me gustan.


Porque los nombres de las plantas que todos saben

alguien los debió crear.


Y solo el sol, arriba, en el cielo,

conoce el verdadero.


Así que las llamo

por los nombres que me gustan

a mí y solo a mí.»


Siempre que leo poemas vuelvo a fascinarme con esa capacidad para intimar con sensibilidades ante lo simple.

La sensibilidad poética logra universalizar las impresiones personales sobre lo que nos rodea. En sus poemas, compilados y traducidos en esta hermosa edición bilingüe, Kaneko Misuzu comunica precisamente eso, la empatía con las pequeñas cosas. Con las abejas y las plantas, con los objetos de la casa; nos recalca cuánto más humildes deberíamos ser.

Lo que más me gustó de tener una edición bilingüe es intentar entender lo que estoy leyendo en el idioma original y pretender que tiene algún sentido. Recordé, mientras leía, una conversación que tuve con un amigo respecto a la experiencia de leer textos traducidos del japonés. Aquella vez comentábamos que con el simple hecho de traducir ya se pierde una dimensión completa, y es la complejidad gráfica y estética de la escritura japonesa. Tener una edición bilingüe nos permite apreciar, incluso desde la ignorancia, ese aspecto gráfico de la caligrafía nipona.

Hay algo que me resulta muy difícil cuando hablo de poesía, y es ir más allá de la belleza. Sí, los poemas de Kaneko Misuzu son hermosos, pero ese adjetivo no nos dice nada. Es una apreciación aislada. La pregunta sería, quizás, ¿qué los hace bellos? Para mí, este interrogante se torna aún más complejo cuando me doy cuenta de que los poemas más bellos son los más tristes.

Kaneko Misuzu, suele personificar los elementos cotidianos y naturales, -el reloj, el poste telegráfico, las sardinas, las flores, los rayos del sol, etc…- como mecanismo literario para plasmar su percepción del mundo, su melancolía. Son seres que sienten tanto o más que nosotros; a través de estas personificaciones de la naturaleza observada, Misuzu parece acercarse a sí misma. La melancolía de esas fuerzas elementales es la melancolía de la poeta, que se pone al mismo nivel: su tristeza es la misma que la de los rayos del sol que están destinados a proyectar sombras.

La simplicidad de la poesía de Kaneko Misuzu es lo que la hace especialmente difícil de aprehender. Cuando hablo de simplicidad no me refiero a que sean poemas simples de leer, por el contrario. Tuve que leer cada poema tres o cuatro veces para hallar ese sentido que va más allá de la palabra misma, de la palabra dada. La poeta utiliza las palabras exactas para plasmar lo que quiere, y es esa brevedad tan precisa la que la convierte en una lectura compleja.

Esa mirada que se torna hacia lo simple, hacia el detalle cotidiano, nos brinda el retrato de objetos que parecen atestiguar el paso del tiempo, de la vida misma que trascurre a su alrededor. Misuzu se reconoce en la simplicidad de la infancia, de las amistades deseadas en el silencio de la timidez. Sus poemas son alabanzas a las pequeñas maravillas de un mundo que termina siendo tanto más fantástico porque es familiar. Es familiar, pero ahora lo vemos desde otro ángulo, desde una perspectiva que resalta la novedad de lo usual.

En poemas como “Viento”, Misuzu nos brinda una mirada novedosa ante lo que vemos todos los días. Les invito a que se sorprendan conmigo:


«Viento


Mis ojos no pueden ver

al pastor allá en el cielo.


Él conduce las cabras

en el rebaño de la tarde.

más allá de los campos

amplios, muy amplios.


Mis ojos no pueden ver

al pastor allá en el cielo.


Las cabras cambian de color

en sol poniente,

a lo lejos,

y él toca su flauta.»


Misuzu nos muestra al viento como un pastor invisible que toca la flauta y que conduce su rebaño de nubes al atardecer. Al leerlo, no pude más que preguntarme: «¿Cómo no lo noté antes?» y disfruté la sorpresa ante esta nueva imagen descubierta gracias a la palabra.

Sobra decir que es una lectura recomendada, pero para leerla con calma, sin afanes. Es la oportunidad perfecta para intentar darse una pausa del mundo y regalarle diez minutos a un poema que puede mostrarnos el valor de las pequeñas cosas.

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